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martes, 9 de marzo de 2010

The Avenue o fidelidad vs. dinero

Hace pocos días llegó a mis oídos un suceso bastante impactante. Una amiga mía fue desterrada de por vida de un bar llamado “The Avenue” en St. Joan Despí. Puede parecer una noticia como cualquier otra, todos sabemos que los jóvenes a veces olvidan los modales, que alguna vez se sobrepasan con el alcohol o que simplemente no se animan a cumplir las normas de los lugares pero este no es el caso.

La chica en cuestión, y su grupo de amigos, solían ir semanalmente al lugar desde hacía ya bastante tiempo. Nunca habían recibido un trato excepcional pero era un buen lugar para tomar algo, teniendo en cuenta que no es una zona poblada de bares, pero esa noche les obligó a romper su rutina habitual.

Mi amiga y una amiga suya quedaron directamente en el bar para tomar algo mientras esperaban a un tercero que llegaría al cabo de un rato. De modo que se sentaron en la última mesa para cuatro personas libre (el lugar sólo dispone de mesas para dos o cuatro personas). Al poco tiempo llegó la camarera:

Camarera: Van a cenar?
Ellas: Sí, pero estamos esperando a un amigo que también cenará con nosotros. De momento, nos pone dos Coca-Colas, por favor?

La camarera las trajo. Poco después entró un grupo de gente a cenar pero al no haber mesas libres esperaron su turno. Pero la camarera no vio entrar gente, vio entrar dinero, así que les dijo a mis amigas:

Camarera: Pónganse en la mesa de 2.
Ellas: Es que vamos a ser tres personas, nuestro amigo está apunto de llegar.
C: Pues cogen un taburete y se sientan ahí.
E: Pero no cabremos, que vamos a cenar.

La camarera puso mala cara y volvió con el jefe, que repitió la conversación con un último comentario:

Jefe: Le doy 5 minutos para aparecer.

Muy poco después llegó el tercer amigo y ellas le pusieron al corriente de lo sucedido. Entre los tres tomaron la decisión de no quedarse a cenar debido al mal trato por parte de los empleados. En cuanto llegó la camarera a tomar nota de la cena ellos le dijeron que ya no cenarían, que se terminarían las Coca-Colas y se irían. Así lo hicieron.

Una vez en el mostrador pagando el jefe les deleitó con dos frases más:

Jefe: Aquí no volváis más… Voy a perder yo una mesa de cuatro por vuestras tonterías…

Sinceramente, no lo entendí. Siempre he pensado que hay dos razones para abrir un bar: que disfrutes tratando a la clientela o el dinero. El caso de la avenida es claro, fue el dinero, de otra forma no se entendería lo sucedido. Pero me pregunto yo, qué da más dinero, un grupo de gente que va a cenar (que hubiera cenado de todos modos por que estaban esperando su turno) o un grupo de clientes habituales que van a cenar ahí con bastante frecuencia?

El propietario del bar tomó una decisión equivocada pero eso no es lo peor. Quebrantó una ley sin tener consciencia de la misma ya que para poder ejercer el derecho de admisión hay que mostrar una placa visible en el local con los requisitos para la misma y éste no lo hace (Anexo 1).

lunes, 1 de marzo de 2010

Las multinacionales ya no pueden reírse más de nosotros…

Hoy tocan, pues, reflexiones con humor. Hace unos días fui a comer a una conocida cadena de bocadillos. Al terminar el pedido, un solícito empleado me dio el siguiente cupón:



Traducción: POR LA COMPRA DE TU MENÚ GRATIS el mismo bocadillo para tu acompañante. Exceptuando los bocadillos marcados con (!). Bocadillo de valor igual o inferior. Promoción no acumulable a otras promociones. Válido hasta el 31 de diciembre del 2009 librando este cupón en los establecimientos con el distintivo eatout en la puerta.

¡Qué alegría la mía! Como da la casualidad que al día siguiente también tenia que salir a comer fuera y además acompañado (por cierto de la chica de la “no-operación” de unas entradas atrás) me ilusioné: Estupendo, un dinero que nos ahorraremos.

Al día siguiente tendríamos una hora y media aproximadamente para comer antes de volver a trabajar así que empecé a planear qué podíamos hacer. Primero iríamos a comer al establecimiento que nos había proporcionado el cupón, luego a una tienda cercana a comprar incienso, luego… Luego mi mente se detuvo en seco. Lentamente, mis manos tantearon distintos bolsillos hasta dar con el cupón. Mi espalda sintió un frío sudor a lo largo de la columna, no podía ser… Y finalmente, mis ojos releyeron una frase del cupón: “Válido hasta el 31 de diciembre del 2009”.

Antes de seguir con el relato apuntaré pequeño detalle, principalmente para posibles lecturas futuras. Hoy es 1 de marzo del 2010 y hace unos días significa mediados de Febrero de este mismo mes.

¡Me dieron un cupón ya caducado! Jugaron con mi ilusión. Nunca podré cambiarlo por un bocadillo de valor igual o inferior para mi acompañante… Supongo que podéis imaginar mi frustración.

Pero ahora, fríamente, pensemos en ello. ¿Qué pretende una empresa repartiendo cupones caducados? ¿Conseguir clientela a base de fraude? ¿Atraer clientes potenciales a su establecimiento que, una vez rechazado el cupón, se resignen a quedarse en el establecimiento? Sea como sea, no pretendo hablar de ello sino de la ilusión.

La ilusión es deseo. Alguien quiere algo y lo quiere fervientemente. Es potencial. ¿Que nueva creación hubiera sido posible sin ella? Es motor. Mueve el mundo y a los que en él habitan. Es amor. Nunca nace sin ella. ¿Quiere alguien jugar con la ilusión ajena? ¿Quiere alguien arrebatársela a su dueño? Yo no.

Si se dice que de ilusiones se vive nunca se la quitéis a nadie, podría dejar de hacerlo.